Por Antonio González Cordero (Arqueólogo y profesor de Historia en el IES Zurbarán de Navalmoral de la Mata)
En la primavera de 2004 tuvimos conocimiento a través de D. Ismael López de la existencia de una cueva en el paraje de la Canaleja (Romangordo, Cáceres). Se trataba de una formación cárstica con características de caverna, abierta sobre un farallón calizo que profundizaba más de 20 metros al interior. Estructuralmente se puede definir como una galería (entre 1 y 2 m. de ancho) con una entrada amplía y un acceso que se salva con pocas dificultades. Pasa completamente desapercibida, debido al camuflaje que le proporciona la vegetación, un bosque de almeces y saúcos que crecen sobre una masa de coluviones donde los afloramientos de agua son permanentes, siendo esta una de las condiciones por las que llegamos a considerar que en algún momento del pasado, el lugar pudo estar habitado, circunstancia que se confirmó tras un rastreo de la cavidad, al localizarse en el fondo de la misma un significativo conjunto de restos.
La muestra obtenida tenía para nosotros gran valor, pues se componía de fragmentos de cerámica con una decoración impresa característica del neolítico extremeño, un periodo al que habíamos dedicado nuestra investigación los últimos años. Así pues, decidimos elaborar un proyecto de excavación que presentamos a la Dirección General de Patrimonio para su aprobación y a la Alcaldía de Romangordo para obtener una parte del dinero necesario para llevar a cabo dichos trabajos. Felizmente se obtuvo el permiso y la financiación necesaria, dando comienzo una campaña de excavaciones que durarían desde 15 Julio al 30 del mismo mes.
Los trabajos se plantearon sobre catas de 1 m. por 1m. a lo largo de un eje tendido desde el fondo hasta el inicio de la cueva, sobre un rectángulo en el que los lados alfanuméricos identificaban cada uno de los cuadros. Al exterior unos tubos servían para conducir los sedimentos hasta una plataforma donde serían cribados y convenientemente empaquetados. Un grupo electrógeno suministraba electricidad a la cueva, de manera que con focos de 500 W. los trabajos se podían llevar a cabo con total garantía de seguridad para el control de materiales, estratigrafía, etc.
Desde un principio la excavación ofreció muchos materiales, desvelando una secuencia ocupacional que iba desde épocas muy recientes, con un aporte importante de materiales del XVIII y XIX en el paquete superficial, correspondiente a abandonos, pérdidas u ocultamientos de monedas, proyectiles, etc., que asociamos a una presencia militar motivada por la Guerra de la Independencia y las Guerras carlistas.
En un nivel inmediatamente inferior aparecieron restos de época islámica consistentes en vasijas de cerámicas de paredes acanaladas, a las que sucedían otros restos de época romana, fecha en la que la ocupación se hizo más intensa y evidente, al aprovechar gran parte del habitáculo como depósito y almacén de productos que obtenían seguramente en las huertas del contorno. De un silo excavado en el primer tramo del pasillo, que sirvió para conservar alimentos, y del fondo de una gran «dolia» o tinaja se recogieron restos en buen estado de uvas, aceitunas y habas. Aparte de estos elementos que la carpología nos ayudará a definir mejor, también se documentaron restos metálicos consistentes en un aplique de «situla», un «falcastrum» y otras herramientas y aperos utilizados en trabajos agrícolas. Es posible que los entalles en la roca de la puerta de la cueva fueran rebajados a propósito durante esta época para cerrar la entrada con un portón de madera. Hay por último algunas monedas que después de su limpieza podrán ayudarnos a establecer en términos de arqueología relativa el segmento de tiempo de la ocupación.
Hacia abajo en el registro estratigráfico, la Edad del Bronce aparece representada por una tenue capa de de cerámicas, alguna punta de flecha y dientes de hoz. Se trata en cualquier caso de una ocupación efímera delatada por un puñado de fragmentos de cerámicas con típicos tratamientos escobillados, suaves carenas y decoraciones a base de digitaciones sobre los bordes.
Por debajo está uno de los niveles más interesantes: los indicadores de cambio cultural se hallan precedidos por una cantidad enorme de huesos pertenecientes a un conjunto de enterramientos de la Edad del Cobre (3000-2000 a. C). Pese a que todo el material se halla disperso por la cueva, las mayores concentraciones se alcanzan tras un muro que corta transversalmente la cueva hacia su mitad. Un pasillo y una cámara al final de éste imitan a la perfección la disposición de los sepulcros megalíticos que por la misma época se construyeron al aire libre, incorporando los mismos tipos de ajuares, consistentes en puntas de flecha, cuentas de collar, alabardas, cuencos cerámicos, hachas, hojas de sílex, punzones metálicos, etc. Tal vez a la misma época pertenezcan algunos elementos de industria fabricada en hueso tales como colgantes, anzuelos, punzones y espátulas que en el conjunto de la cueva constituyen una de las manifestaciones artefactuales más peculiares y abundantes.
Por último, en una capa muy revuelta por las ulteriores ocupaciones tuvieron lugar otros hallazgos pertenecientes al Neolítico (VI-V milenio a- C). Señalado por unas cerámicas con decoraciones a base de impresiones formando bandas, guirnaldas, con mamelones, asas y otros elementos decorativos, además de una industria microlítica a base de pequeñas láminas trapezoidales o en forma de segmento de círculo.
A este conjunto de datos artefactuales hay que sumar una abundante colección de huesos de animales, que junto a los análisis de C14, semillas y pólenes acabarán por ofrecer una perspectiva mucho más aproximada del tipo de poblamiento y el entorno en el que el hombre tuvo que desenvolverse en esta zona de Extremadura.